Neymar está acostado en el círculo central. Boca abajo, exhausto. A centímetros del palco de prensa dos chilenos derraman lágrimas orgullosas, dolorosas, inolvidables. Llega un punto en el que los partidos dejan de ser tales y se convierten en expresiones dramáticas, profundas, humanas. Chile estuvo a un tris de recibirse de grande. Jugó el mejor partido de su historia y un pelotazo en el travesaño le marcó el límite. Como esos ejércitos que están a punto de capturar el bastión enemigo y agotan sus fuerzas en la última carga. Y Brasil va, como la nave de Fellini, con menos de lo que parece que tiene. Así pasó a cuartos de final, después de 120 minutos que pusieron a 200 millones de compatriotas al borde del brote de pánico.
Cuando Díaz convirtió el penal que puso la serie 2-2 la mochila de Neymar pasó a cargar 1.000 toneladas. Se la sacó a lo crack, con un disparo ajustado y preciso. Y a Gonzalo Jara un siglo de fútbol se le vino encima a 11 metros del arco. Por eso la pelota pegó en el palo. No todo es aleatorio y caprichoso.
Parecía que Chile se cocinaba en la olla a presión del Mineirao, sobre todo después del 1 a 0 de David Luiz, el símbolo de este equipo de Scolari, el que grita, reta, elogia y manda a todos al frente. Pero se equivocó Hulk y Alexis empató. Seamos justos: Brasil hizo méritos para irse ganando en los 45’ iniciales. Falló en el área rival. En el complemento Chile achicó el margen de error y dejó de regalar la pelota en la media cancha. Tuvo una clarita y tapó Julio César, general y emperador de la tarde mineira. Su colega Claudio Bravo también sacó pelotas de gol.
Del alargue, en medio del calor y de los nervios, quedó el latigazo de Pinilla al larguero, ese instante supremo que separa a los guerreros comunes de la hazaña. Nada más, porque al cabo de una clase de arbitraje el inglés Howard Webb dijo basta. Webb no se dejó engañar por Hulk (zambullida en el área y mano antes de marcar) ni por la tendencia de Neymar a volar como en Titanes en el Ring. A propósito de Neymar, fue de mayor a menor, hasta terminar acalambrado y subsumido por los aplicados hombres de Sampaoli. Al penal, quedó dicho, lo tiró con maestría.
Imposible saber si Brasil marchará hacia su ansiado hexacampeonato o se le escapará el tren en la próxima estación. No le sobra nada y quedó demostrado. A Chile le queda el consuelo de una actuación a la altura de los mejores. Pero, ¿a quién le sirven los consuelos en situaciones como esta?